El alma resiliente - Sexta parte

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Sexta parte

La velada a tres, entre Ánima, Amonio y Omonia, no tuvo desperdicio alguno, pues fue un tenso intercambio de miradas intencionadas, mensajes cifrados y palabras con doble sentido.

—Bueno, Amina, digo, Ánima ¿Cómo llevas tu estancia en Gardenia? Alejarte de tu familia buscando un porvenir no ha tenido que ser nada fácil. Desde luego, la ausencia de un sello puede generar un verdadero trauma para toda la vida —comentó torpemente Omonia.

—¡Mamá! Vas a incomodarla —la interrumpió Amonio.

—¿Por no tener un sello? —contestó Ánima a Omonia—. ¿Incomodarme? No, no, para nada me incomoda —confirmó la joven dirigiéndose a Amonio e intrigada por la información obtenida.

—Lo lamento, la muerte temprana de unos padres y el exilio de Haliferol no deben de ser situaciones nada fáciles para una chica de tu edad. Te habrá costado mucho tirar hacia adelante —corroboró la madre del joven.

En ese momento, el rostro de la joven lo decía todo. La incredulidad con la que Ánima acogía las inocentes palabras de Omonia revelaban un creciente sentimiento de rabia e impotencia. Estaba claro que el joven príncipe no había trasladado con exactitud la identidad de su amiga, al igual que tampoco fue sincero en el destino de los tesoros de Null.

En ese preciso instante, algo se activó en el interior de la escapista, algo con tanta intensidad como una señal de alerta del tamaño de la ciudadela. Sin embargo, la joven no quiso desvelar su verdadera procedencia, pues ello supondría un posible y acebollado conflicto familiar, el cual no estaba dispuesta a desencadenar.

Al término de la velada, Amonio, Ánima y Omonia se despidieron en la puerta principal con normalidad, mientras la joven fingía su última sonrisa de complacencia. Pese a los intentos de la chica de hablar seriamente con Amonio, este se excusó, con el pretexto de estar extremadamente cansado, y marchó a buen paso hacia el dormitorio.

Cuando Ánima entró en la habitación, su falso rescatista permanecía tumbado en la cama, aparentemente dormido. Al sentarse, la joven no supo contener la irritación de aquel momento.

—¡¿Tú ves esto normal?! —exclamó dirigiéndose con furor hacia Amonio.

—¿El qué, Ánima? No entiendo a qué te refieres —contestó el joven pretendiendo ser angelical.

—¿A qué me refiero? Amonio, no me tomes por tonta, o peor incluso, por loca. Sé perfectamente lo que está pasando aquí y no pienso tolerar ni una sola escenita más —se enfrentó Ánima a él.

—¿Escena? Ánima, cariño, tranquila. Sé que la separación desafortunada de tu padre te ha podido afectar. Sobre todo ahora que mi madre ha hecho acto de presencia —comentó el joven.

—¿LA SEPARACIÓN DESAFORTUNADA? Amonio, tú me animaste a que me independizase, a que buscase algo más allá de las cuatro paredes en las que me veía encerrada diariamente. Tú me apoyaste en todo esto. Así que no involucres a mi padre —replicó la joven.

—¿Yo te animé? Ánima, fuiste tú quien se marchó de casa; yo solo te apoyé en tu decisión, porque eso es lo que hace alguien que te quiere. No te enfades, te lo ruego. Hablo de tu padre porque imagino que no debe de ser nada fácil ver cómo, en mi caso, mi madre ha estado esta noche con nosotros, en señal de apoyo —objetó Amonio.

—¿En señal de apoyo? ¡Si ni siquiera sabía quién era yo en realidad! —exclamó Ánima.

—Claro que lo sabía, no intentes tergiversar la verdad. Además, ¿no estás siempre diciendo que no te saco a la calle? ¿No estabas taaaan molesta porque, según tú, yo te escondía de mis padres? ¿No eras tú quien insistía e insistía en conocer a mi familia? Pues ¡enhorabuena! Ahora que por fin ese día ha llegado, mírate cómo estás, enrabiada porque supuestamente la versión que le he comunicado a mi madre no se corresponde con la verdad. ¿De qué verdad hablamos, Ánima? ¿De la nuestra o de la tuya? ¿De la que no podemos hablar para evitar delatar tu fuga? —Y tras una breve pausa, pasó al ataque—. Un momento, esta situación me es familiar, ¿no crees? ¡Vaya, pero si tengo ante mis ojos la horma de tu propio zapato! Alguien, y no quiero señalar, está queriendo tomar el control de absolutamente todo. ¿Quién será? —alegó un dañino atacante.

—¡Amonio, para! No puedo creer que estés siendo tan injusto conmigo. Yo solo quería descubrir qué había más allá de la muralla, del bosque y de todos los obstáculos que impedían mi billete hacia la libertad. Pensaba que estabas conmigo en esto. Además, tu madre ni siquiera sabe quién soy. Si supiera la verdad, ¿cómo es que no ha mencionado en ningún momento absolutamente nada en relación a mi padre? Tus padres y el mío se conocen desde que tengo uso de razón —dijo Ánima entre lágrimas.

—¿Pretendes hacerme dudar de mí mismo, niña malcriada? ¿Desde que tienes uso de razón? Quizá sí deba sacarte a la calle, pero para que espabile ese raciocinio que dices tener. Estabas tan pendiente de la imagen que mi madre pudiera tener de ti que ni siquiera has contemplado la posibilidad de que Omonia confunda algunas situaciones porque, un momento, déjame decirte una obviedad: ES-TÁ MA-YOR. Además, si querías hablar de tu padre, ¿por qué no lo hiciste? —preguntó un pernicioso Amonio.

—Pues no lo hice porque pensaba que entonces te vendería ante tu madre. He supuesto que le habías contado una versión diferente y no quería iniciar ningún conflicto familiar. Lo siento, ¿vale? No era consciente de la edad que tiene tu madre. No sé, yo la he visto muy bien —contestó la joven dudando de sí misma.

—Eso es porque se conserva bien y punto. De verdad, Ánima. Tú, tu actitud y tus suposiciones enfermizas me hacen dudar de si he hecho bien al confiar en ti. Estas acusaciones hacia mi persona no las veo nada apropiadas.

—Amonio, me estáis volviendo loca —dijo para sí.

—Pues lo siento, empiezo a dudar de tu cordura —insistió Amonio.

—¡Basta, se acabó! Hoy he tenido, créeme, la posibilidad de perder la poca sensatez que me queda con todo lo que está pasando y NO LO HE HECHO. ¡No me hagas arrepentirme! —puntualizó la joven.

—¿Me estás amenazando? Porque de ser así… —punzó el joven.

—¡¿Qué?! —contestó Ánima con los nervios a flor de piel.

Tras unos minutos de breve pausa, Ánima comenzó a sentir un peligroso estado de pánico, mezclado con palpables gestos de hipoxia generalizada.

—Mira, sé perfectamente lo que he visto y lo que he oído. No aguanto más. ¿Cómo puedes defender la situación de esta forma? —cuestionó el alma de Null mientras mecía la cabeza en señal de desaprobación.

—¿Yo te estoy volviendo loca? Tú y tus paranoias surrealistas sin argumento se están cargando todo lo que habíamos construido —alegó el joven.

—¿Paranoias sin fundamento? Muy bien, ¿quieres jugar con fuego? Juguemos con fuego, pues. Debe usted saber que abrí el guardarropa del cuarto de invitados y descubrí los teso… —excusó una Ánima aterrada por la situación.

—¿¡Los tesoros!? ¡Además de amenazarme eres una cotilla! Ánima, ¿has rebuscado en armarios ajenos? ¡Ves! Aquí, justo ahora, lo has vuelto a hacer. En lugar de confiar en mí, te has puesto a hurgar por los rincones de la casa. ¿Qué eres ahora, una ladrona? Eso que has encontrado, para tu información, muy probablemente sea mi salario, bien ganado, que mi padre me ha concedido por toda la ayuda que estoy prestando a mi familia. ¿Ahora también vas a controlar mis finanzas, Ánima, o debería decir, «señora doña yo lo controlo absolutamente todo»? —protestó Amonio desviando la atención del discurso.

—¿Qué? Estoy hasta la coronilla de tus excusas baratas. He sido muy, pero que MUY paciente contigo, pero esta manipulación no tiene perdón alguno —sentenció una Ánima decidida—. ¡Algunos de los tesoros que encontré te los di yo misma para financiar nuestro futuro juntos!

En aquel momento, el alma de Null se dirigió hacia el cajón de su mesilla de noche, extrajo el supuesto contrato acebollado e inició un demoledor rumbo de salida, fuera de la prisión encubierta en la que se había visto encarcelada. Amonio, escandalizado por la impredecible actitud de la joven, la cogió del brazo y cortó de cuajo una frustrada operación de escape.

—Tú no sales de aquí —dijo el joven mientras le quitaba la partitura escrita en papel cebolla.

—¿Ah, no? —le retó Ánima con ojos de desafío.

Amonio rompió en dos el contrato pentagramado mientras observaba con iniquidad el rostro de la joven, al tiempo que Ánima rememoraba aquella jugada maestra de su aventura fuera de la ciudadela, pues la falsa copia acebollada cobraba ahora el sentido de su creación: garantizar su seguridad y distraer a Amonio, enfrentándolo a su tiempo a su infladísimo ego.

Detrás de su captor, la sombra sutil de una figura voladora captó la atención de Ánima, quien volvió a recobrar la esperanza perdida y las fuerzas necesarias para empujar al proyecto de secuestrador y apartarlo de su camino.

La catarsis cambió de rumbo cuando la mariposa azul volvió a hacer acto de presencia. La hija del anciano vio claro su próximo movimiento: seguirla a donde quisiera llevarla, abandonando por completo aquel falso cuento de hadas.

—¡Ánima! ¿A quién pretendes ir a llorar si tu padre te odia por todo el daño que le has hecho? —gritó el joven mientras veía cómo el alma resiliente salía por la puerta y corría tras la mariposa, esperanzada con su salvación—. Además, ¡jamás podrás cruzar el bosque ahora sin tu estúpido contrato!

Amonio tardó unos segundos en decidir ir tras ella, por si acaso, y cuando lo hizo, tuvo que volver sobre sus pasos para regresar a la casa y coger un alimento, cualquiera, que justificara su presencia en el bosque. El contrato firmado por su padre, cuando este era arconte del Sello de la Cebolla, lo dejaba perfectamente claro: aquel trayecto solo le estaba permitido al portador del Sello de la Cebolla siempre y cuando su fin fuese el aprovisionamiento alimenticio de la ciudadela.

Cuando quiso alcanzarlas, Ánima y la mariposa ya le sacaban bastante ventaja.

Cebolla en mano, Amonio siguió el rastro de la joven oculto entre las sombras o bajo su capa.

Los tres seres vivientes alcanzaron el bosque en pautados movimientos, y cada uno de ellos entró allí con pensamientos muy diferentes, con su propia versión.

El silencio fue el alegato de la mariposa.


—¿Será cierto que mi padre me odia? ¿Habrá roto el contrato que le dejé sobre la butaca? —musitó la joven mientras daba el primer paso hacia su liberación.

En aquel momento la joven rememoró la butaca donde dejó el auténtico contrato, dudosa de si su padre, en un acto de rabia, pudo haber roto el único medio que le permitiría atravesar aquel bosque.


—¿Será cierto que ha podido entrar en el bosque? ¿Habrá hecho alguna artimaña de las suyas ese viejo despreciable o su hija igualmente despreciable? —murmuró el joven al tiempo que daba su primer paso en el bosque.

Amonio no entendía cómo era posible que Ánima tuviera valor de internarse en el bosque, cuando él mismo había hecho jirones la partitura-contrato hacía unos minutos. Sospechaba, y no se equivocaba al hacerlo, que entre padre e hija había un entendimiento superior, un afecto inquebrantable que había hecho posible no solo el escape (al dejarse engañar), sino el retorno (al saber perdonar).


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