El alma resiliente - Tercera parte

Tercera parte

Amonio empezó a convertirse en un auténtico confidente para Ánima, y esta, a su vez, en una genuina musa para las inspiraciones más profundas del nuevo arconte. Al fin y al cabo, era la única persona con la que el alma joven podía compartir su día a día, más allá de las tradicionales conversaciones nulianas consigo misma. Ánima suponía para el joven la fantasía más sorprendente con la que podía iniciar un nuevo e intrigante capítulo vital.

A medida que fueron pasando más tiempo juntos, la aproximación entre los jóvenes se hacía cada vez más evidente. Ánima, bien conocida por quien haya llegado a este punto de la historia, no podía emitir otra radiación que no llevase luz, intensidad, rebeldía, valentía y mucho anhelo de descubrir un más allá, lejos de las cuatro paredes de su eterna prisión. Amonio, en cambio, mostraba unas radiaciones un tanto extrañas para las costumbres nulianas, ya que su escucha activa y adulación extrema hacia la joven conformaban una máscara muy jugosa que impedía reconocer la verdadera identidad del nuevo casi-inquilino de Null.

En uno de estos encuentros mercantiles, Ánima sintió una gran determinación y le confesó a Amonio sus deseos más profundos de abandonar Null y explorar los territorios más allá del bosque. Las emociones que en ella afloraban conseguían encontrar una forma verbal gracias a la facilidad con la que Amonio la despojaba de sus secretos mejor guardados. El joven repartidor no desaprovechaba ocasión alguna para desvelar cada una de las facetas de aquella chica rebelde.

Un día, alentada por el apoyo de Amonio y temerosa de la nula aprobación paternal, Ánima decidió compartir con el alma vieja de la ciudadela su necesidad de investigar el bosque y otros tantos territorios inexplorados.

—Papá, he estado pensando que nunca he tenido la oportunidad de conocer Gardenia, Haliferol o Krateroz. Necesito saber qué hay detrás del bosque. El tiempo que paso entre las cuatro paredes de Null comienza a pesarme demasiado. ¿Me dejarías salir mañana, por favor? —preguntó la joven.

—Bajo ningún concepto, Ánima. Quién sabe lo que podría pasarte ahí fuera; además, ¿acaso hay algo que te falte dentro de Null? Si sientes que el sopor de la cotidianidad comienza a hacer mella en tu desarrollo cognitivo, no te preocupes, da media vuelta, continúa recto por ese pasillo, baja las escaleras ¡y entra en el universo de la fascinación y el júbilo! Porque allí te esperan cientos, qué digo cientos, ¡miles de aventuras en formato papel! Por si no me has entendido, me refiero a la biblioteca —zanjó el padre.

—Sí, te he entendido perfectamente. Pero, por favor, papá, no quiero seguir imaginándome mil historias; quiero vivirlas, ¿entiendes? Experimentar, salir, probar… ¡¿Qué más hace falta para que me dejes salir de esta mazmorra?! —insistió Ánima.

—¿Mazmorra? Cien mil años atrás necesitaría esa pequeña cabecita para entender semejante término. He dicho que no —volvió a concluir el señor de Null con un tono algo elevado.

—Vale, hagamos una cosa. Ya que estás dando fe de mi óptima e irreprochable labor como recepcionista de Null, ¿por qué no me permites que la primera salida de Null la haga acompañada? Amonio sería tu perfecto confidente, y así estarías tranquilo de cara a las posibles desventuras que pudieran suceder fuera de la fortaleza —propuso Ánima.

En un instante, la cara del apaciguado padre tornó su palidez habitual en un color un tanto extraño y nunca antes visto. La respuesta pudo haber sido escuchada, como mínimo, desde Gardenia.

—¿AMONIO? ¿ME ESTÁS DICIENDO QUE VAS A ABANDONAR TU CASA CON EL INSUSTANCIAL Y FRAUDULENTO ARCONTE DEL SELLO DE LA CEBOLLA Y ESPERAS MI BENEPLÁCITO? —gritó instantáneamente.

El rostro de Ánima parecía sumarse a la red de reacciones cutáneas esporádicas de la acalorada discusión. Padre e hija entraron en un bucle de no entendimiento, recriminaciones y críticas varias cuyo fin parecía infinito; esto es, un intercambio de cupones de reproches sin fecha de caducidad. En ese punto de la disputa, solo la acertada llegada del repartidor logró romper la dinámica:

—¿¡Alguien me escuchaaaa!? —voceó Amonio.

Ánima salió corriendo del palacio y entre lágrimas recibió a Amonio, quien no pasó por alto el estado anímico de la joven. La noticia, recién salida del horno, caldeó el alelado carácter que definía, hasta aquel momento, al joven y lo impulsó a cometer una locura.

—¡No puedo verte así! Ahora mismo salto la muralla —sentenció el muchacho.

—Pero ¿qué…? —balbuceó ella mientras observaba cómo el chaval comenzaba a escalar la muralla con la rapidez de una gacela y la torpeza de un oso panda.

Ánima no daba crédito a lo que estaba pasando, pero sintió la fuerza y entereza suficientes como para animarse a escalar también la muralla, temerosa de lo que podía pasar si Amonio daba un traspié, o peor aún, si la gravedad llegaba a actuar maliciosamente (como ya lo había hecho con su pelo), haciendo que la dirección de la caída situase el cuerpo de Amonio dentro de la ciudadela.

La tensión palpable de la locura que estaban cometiendo ambos adolescentes alcanzó un desenlace sin lamentaciones ni accidentes; en cambio, fueron premiados con el descubrimiento de un nuevo espacio de encuentro donde la cercanía ya no se limitaba al plano intelectual o sentimental: en lo alto de la muralla, donde ningún contrato o barrera espaciotemporal les impedía estar.

El rechazo de Amonio hacia la figura paternal de Ánima, bien motivadas por todo lo ocurrido anteriormente, quedó reflejado en las palabras de aliento que el joven le propició a su lacrimógena amiga. El cabeza-cebolla le propuso a la joven un auténtico plan de escape.

—¡Ánima, no puedes seguir así! En mi familia, cuando he tenido que dar un golpe sobre la mesa lo he dado. Tú deberías poder hacer lo mismo y que tu padre aceptase que en esto llevas tú la razón. Si por las buenas no lo entiende, tendrá que entenderlo por las malas —sentenció Amonio.

—Pero ¿y qué puedo hacer? No pretenderás que abandone Null así como así. Eso supondría el fin de la relación con mi padre y un agravio en la historia familiar —contestó Ánima preocupada.

—¿Un agravio? Ánima, tu padre te está cortando las alas. Tienes edad suficiente como para echar a volar. Eres lista, inteligente, decidida…, por no hablar de tu belleza, capaz de deslumbrar allá por donde pisas. Ánima, cree en ti. Si tú quieres salir de Null, tú puedes salir de Null —animó el joven.

—Es curioso que me hayas mencionado la metáfora de las alas, ¿sabes? El papá pájaro me dijo una vez que yo era el bebé pájaro del nido familiar, y que si alguna vez se me ocurría la descabellada idea de abandonar Null, no le quedaría otra alternativa que rescatarme. Sería algo así como si el papá pájaro viese a su bebé sin aprendizaje saltar del nido hacia una inevitable muerte. No sé si realmente soy ese pájaro de alas cortas —contestó Ánima.

—Mira, tú eres lo que decidas ser. En mi caso, yo quería ser el arconte del Sello de la Cebolla ¡y mírame ahora! Es cierto que la enfermedad de mi padre ha sido clave en el proceso, pero Ánima, hay ocasiones en las que el fin sí justifica los medios, y ahora debes usar esos medios a tu favor —insistió el joven.

—¿Y cómo lo hacemos? Fuera no tengo adonde ir —lamentó la chica.

—¿Que no tienes adonde ir? Ánima, me tienes a mí; con eso debería ser suficiente. Lo que nos falta es idear un plan de escape. Créeme, esta será nuestra primera aventura juntos, ¿no estás emocionada? ¡Tú y yo descubriendo Gardenia! Su Mercado Central, el Invernadero, la Estación de Bomberos y otros tantos lugares… Será tan emocionante que toda esta discusión con tu padre quedará en el olvido —zanjó Amonio.

—¡Muchísimas gracias, Amonio! De no ser por ti, quién sabe cómo estaría ahora. Tus palabras me proporcionan la motivación y el aliento necesario para armarme de coraje y determinación. Está decidido, ¡Ánima va a descubrir qué hay detrás de la gran muralla y del denso bosque, ya nada podrá detenerla! —corroboró la joven.


Comentarios