El alma resiliente - Quinta parte

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Quinta parte

Ánima y Amonio corrían con celeridad gracias a la bomba de adrenalina del momento. Instintivamente, el repartidor giró la cabeza temiendo una tragedia que lamentaría por el resto de su vida, pues él, portador de un contrato que le permitía atravesar el bosque, no había contado con el litigio al que se enfrentaba su nueva acompañante.

—¿Ánima? ¡Ánima! Ánima, ¿dónde estás? —gritó el joven desmoralizado—. ¡Ánimaaaaaaaaa! —volvió a gritar sin grandes resultados.

Pasados unos segundos de angustia, el dulce sonido de la joven despertó el sosiego de cualquier esperanza perdida.

—¡Shhhhhh! Amonio, deja de crear un drama de todo, por favor. Estoy aquí. ¿No te acuerdas del contrato que llevo o qué? —señaló Ánima mientras asomaba la cabecilla detrás de un árbol e izaba el papel acebollado, como si de una bandera se tratase.

—Sí, sí me acuerdo, pero sigo sin tener claro cómo es posible que ese papel pentagramado te funcione sin un auténtico sello —retó el joven.

—A ti hay que dártelo todo mas-ca-di-to, ¿no? Amonio, ¿aún no sabes que en este maravilloso mundo todo lo que uno escribe se vuelve realidad? —contestó rápidamente Ánima mientras cogía al joven de la mano y lo instaba a seguir corriendo.


Al llegar a Gardenia, Amonio parecía algo enfadado, ya que la salida inesperada de Ánima truncó por completo su metódico y estudiado plan de escape.

—Venga, Amonio, por enésima vez. Perdona, ¿vale? Quería darte una sorpresa y pensaba que te alegrarías por nosotros. Al fin y al cabo, ¿no es esto lo que habíamos planeado? —insistió Ánima.

—No. Esto lo has planeado tú solita. Nosotros habíamos llegado a un acuerdo de salida, con sus tiempos bien medidos y con las provisiones bien marcadas. Has hecho las cosas por tu cuenta, y eso tendrá consecuencias —contestó el joven molesto.

—Amonio, tú nunca me has hablado así, ¿a qué consecuencias te refieres? Solo he anticipado un poco el plan de escape, nada más. Creo que todos los tesoros que te he ido dando en este tiempo deberían ser suficiente como para haber encontrado un lugar en el que refugiarnos. Es más, el otro día me comentaste que ya teníamos una casa. ¿Era mentira? —contestó Ánima preocupada.

—No, no. No es mentira, Ánima —replicó Amonio.

—¿Entonces? ¡No has dejado de quejarte desde que hemos salido de Null! —afirmó la joven.

—Simplemente me preocupa tu bienestar, querida, pues vienes de un verdadero palacio y no mereces menos. Mira, esta es nuestra nueva casa —respondió el joven mientras señalaba su nuevo hogar.

Ánima contempló (si se puede llamar así) la casa con una ligera sensación de desconfianza. Aquel extraño refugio se asemejaba a un almacén de alimentos. Su dudoso tamaño era humilde en exceso como para ser considerado una casa, por no hablar de las pequeñas ventanas que lo cortejaban, las cuales escaseaban tanto en cantidad como en calidad. Además, su proximidad geográfica a la Casa de la Cebolla alertó a la espabilada Ánima.

—Y… dices que este es… nuestro nuevo hogar —musitó la joven mientras su trágica expresión facial parecía sacada de una novela cómica.

Al entrar en la misma, el olor que la caracterizaba parecía indicar la presencia de una cantidad exagerada de jícaros mezclados con una profunda plantación de cebolla, como si un alma malévola estuviese preparando el antídoto de los buenos olores. Para cualquier persona, el acceso a aquel lugar habría abortado cualquier proyecto de nueva creación. No fue tanto así para el intrépido espíritu de Ánima, quien supo llevar la situación con positividad (y tapándose la nariz), inundada por la ilusión de quien toma las riendas de su vida.


La joven disfrutaba, cual niña, los pequeños detalles de su nuevo capítulo personal, por ínfimo que este fuera. Por ejemplo, en Gardenia sí había temporalidad. Ánima estaba acostumbrada a la realización de actividades que marcasen un cierto ritmo de vida, hecho que no era necesario en el país de los Sellos Vegetales. Ahora, el paso del tiempo le exigía otra dinámica, establecida por los cambios de luz que asomaban a través de las reducidas ventanas. Por ello su primer propósito fue hacer de aquel refugio una decente morada, objetivo que alcanzó gracias a haber memorizado uno de los libros de la biblioteca de Null: ¡Tu nuevo hogar listo en dos sencillos pasos! El nuevo escenario fue el perfecto molde sobre el que Ánima pudo aplicar los sabios consejos de aquel insólito ejemplar. Lástima que entre los capítulos no se hallase uno más específico sobre «cómo exterminar los malos olores y no desfallecer en el intento».

La convivencia entre los jóvenes se asemejaba a la de cualquier otra pareja gardenia. El día a día fue estrechando el lazo de unión con más y más fuerza. Las largas conversaciones sobre la muralla no eran comparables con las de Gardenia, donde el tiempo corría con tanta velocidad que a veces parecía existir una cierta perpetuidad en el hogar (o bueno, quizá fuese la incapacidad de diferenciar los tramos horarios por la escasa luz que entraba por la ventana).

Fuera como fuera, la paz en el nido de amor parecía no tener fin, a excepción de las pequeñas contrariedades que despertaban en la apaciguada Ánima un arrebato de desconfianza. Y la razón principal radicaba en la resistencia de Amonio de proveer a la recién llegada de un sello que permitiese una cierta independencia.

Amonio solía ser bastante comunicador y expresivo en sus deseos, pero últimamente no complacía a Ánima en su anhelo de permanecer en su nuevo país como una ciudadana más.

—Veeenga, ¿qué te cuesta? ¡Si tuviera un sello, al fin podría salir a la calle sin necesidad de esconderme!

—Es muy peligroso, Ánima. Te podría pasar cualquier cosa. Además, ¿piensas comprar un sello así como así? Uno: en el trayecto de ida podríamos encontrarnos con algún gardenio que nos delatase. Dos: la compra del sello no nos asegura que no vayamos a despertar la curiosidad entre los vecinos. Tres: ¿y si el sello es falso? ¡En cuántos problemas nos meteríamos!

—Pero, Amonio, llevo meses encerrada en estas cuatro paredes. Creía que me apoyabas en esto.

—Y te apoyo. Precisamente porque te apoyo, te aprecio y te quiero, no podemos jugárnosla. No podemos echar todo esto a perder.

—Amonio, no creo que un sello sea una perdición, sino más bien mi salvación.

—¡Tu salvación, Ánima! Corazón, no quiero presionarte, pero ahora somos un equipo; somos dos, ¿entiendes? No podemos tirar a la basura el trabajo de todos estos meses por una idea alocada.

—¿Idea alocada? Amonio, ¡si me la propusiste tú! No quiero seguir siendo una sinsello.

—Claro que te lo propuse, porque en aquel momento no fui consciente de las consecuencias de buscarte un sello. ¿No eres feliz aquí conmigo? Piénsalo, estás haciendo lo que querías desde hace décadas. Por fin has cogido las riendas de tu vida. Ahora, ¿podemos zanjar el tema y hacer algo que nos divierta?


Una de esas monótonas, pero ensoñadas mañanas, Ánima se encontraba en la cocina, preparando una de las tradicionales tartas de prunas que tanto gustaban a Amonio. Repentinamente, un ligero golpecito en la ventana hizo que el merengue de la tarta impregnase más superficies de las debidas. Lo que en un principio sonaba a golpe casual se transformó en un golpe causal, pues en la ventana se hallaba una pequeña mariposa azul que insistía en acceder al hogar.

Aquella no fue la primera vez que Ánima veía a ese extraño ser, que volaba a sus anchas fuera de las paredes de la casa. Sin embargo, sí fue una novedad que el insecto posara sus insignificantes extremidades sobre el cristal de la ventana.

Consternada por la situación, la joven decidió abrir y observar a su nueva inquilina. Para su sorpresa, la mariposa comenzó a revolotear alrededor de la joven, quien notó un cambio de dirección en su vuelo. Comenzó a seguirla por la casa hasta llegar a uno de los armarios del cuarto de invitados de la primera planta. El insecto volvió a realizar el mismo gesto insistente respecto a la ventana de la cocina. Ánima abrió una de las grandes puertas del armario.

—Pero ¿qué? No puede ser —dijo la joven con rostro empalidecido.

La escapista de Null tenía ante sus ojos una terrible realidad que no supo gestionar con calma, pues acababa de encontrar allí uno de los tesoros de la ciudadela. La mariposa, con un intenso azul capaz de iluminar parte de la habitación, revoloteó nuevamente alrededor de la chica para finalmente posarse en el estante superior del ropero.

Dominada por la curiosidad, Ánima comenzó a rebuscar entre los entresijos de aquel aparente guardarropa. Los niveles de decepción veían un incremento en su valor a medida que la joven descubría todos y cada uno de los tesoros que confió a su amigo en la preparación del plan de huida.

Con la exasperación naciente de quien ve cumplidos sus peores presagios, Ánima cogió uno de los tesoros y lo lanzó con toda su fuerza. El cristal de la ventana estalló y la mariposa prosiguió su vuelo fuera de la casa.

—¡No, espera! ¡No te vayas, por favor! —voceó la joven con la escasa energía que le quedaba.

Ánima quedó consternada por el suceso, intuyendo algún tipo de correlación entre aquella visitante y la añoranza de su padre.

—¡Ey! ¡Eeey! ¿Quién te envía? —volvió a gritar—. Seguro que mi padre ya ha hecho de las suyas. Un momento, ¿habrá sido capaz de hacer un pacto con uno de los arcontes de los Sellos de los Animales? ¡¿Para qué?, me pregunto! Es el «señor don lo controlo absolutamente todo». Aunque quién iba a imaginar que lograría controlarme incluso fuera de la ciudadela —dijo para sí.

Tras unos minutos de silencio, Ánima se echó a llorar. Su espíritu aventurero parecía haberse topado con el más terrible de los personajes de un cuento, delegando en la partida de la mariposa cualquier atisbo de esperanza.

Frustrada por todo lo que estaba pasando, se acercó a la ventana y miró tras ella. La altura del edificio podría suponer un grave peligro a la salud de quien decidiese dar un salto al vacío, pero no lo suficiente como para erradicar, en un segundo, el desengaño sufrido. La cabeza de Ánima se había convertido en una esponja de malos augurios, mientras su alma atrapaba rápidamente cada sensación de angustia y desamparo. El dolor experimentado por la joven comenzó a sembrar una sagaz perversidad con la que se sentía poco identificada y cuya fuerza desconocía como propia.

—Esto no va a quedar así. Ese mentiroso acebollado con capa de falso superhombre no sabe a quién ha pretendido engañar. No he abandonado mi propia casa para soportar que me ninguneen —espetó el alma resiliente de Null.


Era de noche en la pacífica Gardenia. Amonio todavía no había llegado a casa y Ánima recogía los cristales rotos que aún quedaban en el jardín. El fatídico olor de algunas de las plantas aumentó la velocidad a la que la joven se deshacía de las huellas del reciente incidente. Sin embargo, una de las plantas captó toda su atención; quizá fuera su blanquecino color, el repulsivo olor o su forma atrompetada. Fuese como fuese, Ánima supo reconocer las características que la definían y encontrar, en su amplio historial memorístico, una identificación inmediata. Se trataba del estramonio, una singular planta cuya utilización medicinal en grandes dosis podría ocasionar la muerte. En ese momento, el alma de Ánima parecía estar siendo poseída por el mismísimo espíritu del estramonio, suscitando un plan de actuación en el que peligraba el futuro de su no tan querido Amonio.

De repente, la puerta de la fachada exterior se abrió. Ánima arrancó de cuajo varios de los estramonios y los escondió entre los mechones de su pelo. Amonio entró por la puerta acompañado de su madre.

—A… ¿Amonio? —tartamudeó la chica mientras buscaba una buena excusa para explicar lo ocurrido.

—¡Querida! Hoy estamos de celebración. Te presento a mi madre, Omonia —dijo el muchacho intentando paliar el rostro de incredulidad de la joven.

—En…, encantada. Soy Ánima —contestó con el poco raciocinio que le quedaba tras haber entrado en un cortocircuito mental.

Omonia miró a su hijo con una falsa sonrisa, camuflando su verdadera impresión de la chica. La descripción previa dada por el joven no parecía encajar exactamente con la idea recién formada en su cabeza.

Amonio, que había captado perfectamente a su madre, la invitó a acceder al interior del hogar para así mostrarle el nuevo nido de amor de los jóvenes aventureros.

—Querida, ¿por qué no nos preparas algo para comer? —preguntó el joven, presionando a Ánima para que entrase.

—Claro que sí —respondió Ánima mientras se acercaba intencionadamente a Amonio y lo perfumaba con su desagradable presencia.

—Mi preciosa aventurera, no quiero desagradarte, pero ese perfume que llevas no lo reconozco como habitual. ¿No habrás salido de la casa, verdad? Ya te dije que no puedes traspasar la puerta bajo ningún concepto. Te podría ver cualquiera —susurró Amonio con cara de desaprobación.

—Ahhhh, no te preocupes, corazón. Puedes decirme que huelo mal, yo también lo noto. Hoy ha sido un día largo sin ti, y para no estar pensando en lo mucho que te echaba de menos, he decidido hacer una limpieza profunda de la casa. Uffff, será mejor que me dé una buena ducha. Tardo menos que el recorrido de la tarta de prunas en tu estómago —respondió la joven aliviada.

Gracias al perfume del estramonio entre los enredados pelos de Ánima, esta pudo excusarse de la inesperada visita, todo un privilegio del que la pobre iba a prescindir. Rápida y veloz, se dirigió al cuarto del posible crimen.

—Piensa, piensa, piensa, Ánima, piensa. ¡Ya está! —susurró mientras rescataba de su profunda memoria la extracción del jugo del estramonio.

Ánima se dispuso a seguir los pasos para obtener el veneno hasta que su rigurosa moralidad se lo impidió. La joven fue incapaz de mancharse las manos con un posible crimen.

—Pero ¿qué estoy haciendo? —lamentó compungida mientras terminaba de preparar la cena de aquella caótica noche. El estramonio, aún intacto, había acabado en lo más profundo del cubo de la basura.

Por muy sorprendido que esté el lector, Ánima mantenía la pureza y su buen corazón intactos. La gravedad de la situación había transformado algunos de sus pensamientos, generando un cambio sináptico capaz de influir en sus sentimientos y acciones futuras. Sin embargo, la fortaleza de sus creencias, esperanzas y moralidad no parecían quebrantarse. La tentación, al fin y al cabo, se limitó a la ideación vaga de la palabra y no a la representación viva de su significado.


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