El alma resiliente - Séptima parte
Séptima parte
La escena encajaría perfectamente en el marco de una novela de terror. Ánima entró en el bosque aun sabiendo que podría faltarle el aire. Tan solo unos centímetros de distancia marcarían un antes y un después en la madurez de la joven: si conseguía permanecer en el bosque con vida, significaría que su padre no habría roto el contrato que ella misma dejó sobre la butaca el día de su partida, y a un tiempo, consolaría su angustiado corazón al saberse perdonada.
Aliviada por su entrada sin contrariedades en el bosque, Ánima esperó pacientemente la llegada del raptor de almas, pues la convivencia con él la había preparado para un exhaustivo dominio de sus posibles movimientos. Amonio apareció detrás de ella con las palabras cargadas de un fraudulento príncipe que no se daba por vencido, y persistió en sus intentos de convencer a la joven para que volviese a su «eterno castillo». El alma de Null no se dejó.
—¡Ánima, quieta!
—¿Quieta? ¿Acaso me vas a controlar también aquí? ¡Déjame en paz de una vez! Asume que no quiero volver a verte jamás.
—En ningún momento me has dicho que no quieres saber nada más de mí o que no me quieras volver a ver.
—¿Cómo? ¿No es suficiente con mi marcha tan evidente de casa? Creo que ambos hemos estado presentes en la discusión de hace unos minutos en el refugio de los horrores.
—Pero, Ánima, cielo, estás confundida. Nunca has tenido una relación más allá del vínculo que mantenías con tu padre. Quizás estás exagerando. Esto es muy normal entre nosotros los gardenios. Las parejas discuten y luego arreglan las diferencias.
—¿¡Qué!? ¿Discutir? ¡Pero si me has amenazado con encerrarme! Mira, no tergiverses más la realidad.
Amonio se acercó a la joven, la agarró del brazo sutilmente y se aproximó en un intento de apaciguar la situación mediante el contacto físico. Ánima enloqueció.
—¡Suéltame inmediatamente!
—Pero, cariño. No es normal que me hables así, Ánima. Deberíamos pedir ayuda. Tendrías que gestionar mejor estas emociones.
—¡He dicho que pares!
Ánima sacó del bolsillo su arma secreta, el mayor tesoro de todos los robados. Era otro contrato, el legendario texto del arconte del Sello de la Cebolla, con aquel visado que Amonio heredó de su padre a la vez que su arcontado y su cargo de proveedor de la ciudadela de Null. El mismísimo contrato del que solo había una copia y que el padre de Ánima guardaba con recelo en su escritorio. La jugada magistral de la joven no solo suponía el final de la provisión de alimentos a la ciudadela, sino un cambio significativo y permanente en la vida de aquel joven.
Entretanto, un atónito Amonio caía en la cuenta de la gravedad de la situación.
—¿Qué haces? ¿Qué es eso? —La tonalidad del rostro del joven se parecía en gran medida al blanco de una cebolla.
—¿Te suena? —preguntó ella, mostrándole con ahínco el contrato de reparto.
—Me sorprendes, Ánima. Estás intentando manipularme y no lo vas a conseguir. ¿Lo ves? Realmente tienes un problema. Pensaba que tu corazón podría salvarse, pero me doy cuenta de que no.
—¡Basta!
—Soy el único que ha creído en ti cuando nadie más lo hacía, el único que ha querido formar algo contigo, el único que quiere salvar esto. Ánima, aún estamos a tiempo de detener el descontrol.
Tras una aparente muestra de debilidad llegó la declinación, y la joven rompió en mil pedazos el contrato que sostenía entre las temblorosas manos.
—¿Detener el descontrol? No tienes alma, y mucho menos empatía. Tú, ¡sí, tú!, pedazo de carne acebollada, no tienes perdón. Me has engañado, utilizado, aprovechado y manipulado hasta el extremo. Has jugado con mi bondad y con mi buen corazón. Has conseguido adentrarte en mis pensamientos de una forma que jamás podría llegar a describir e incluso has conseguido que ni yo misma me reconozca. Y es que, créeme, ¡no me reconozco dejándote aquí para siempre! Pero ¿sabes qué? Prefiero no reconocerme en estos momentos, porque si lo hiciera, muy probablemente me quedaría perdida aquí contigo, en este bosque sin pasado, futuro ni aire, lamentando una y otra vez tu aparición en mi vida.
Amonio enmudeció. Parecía increíble que aquella fuente de discursos infinitos, anunciadas retóricas y redundante grandilocuencia hubiera encontrado un final antes de lo esperado o de lo deseado. El joven permaneció impasible, con la mirada perdida, observando el alejamiento de la joven.
Entonces le llegó el silencio, que ya nunca lo abandonó.
En un lugar próximo a Gardenia
dos almas convivían;
padre e hija escenificaban
los litigios del día a día.
Ánima y Nónimo se hacían llamar
los habitantes de aquel misterioso lugar.
Una hija ensoñadora,
un padre desconfiado,
ambos seres descubrieron
a un Amonio enmascarado.
El arconte del Sello de la Cebolla,
de título heredado,
mas por el honor de su portador
nunca fue considerado.
La mariposa azul intercede,
la señal de un cuidado,
aquel que la joven buscaba
en su príncipe despiadado.
Las acciones indican
un final inesperado,
un sueño truncado,
un alma malherida.
Resiliencia lo llaman,
mas aprendizaje lo certifica,
el siguiente paso de Ánima
antecede su salida.
Adiós, joven príncipe,
adiós, falso salvador.
En ti puse mi vida
y perdí todo mi valor.
Con tu capa he creado
el único doble de los contratos;
el bueno en su butaca permanece,
el falso, hallado en tu mano.
Adiós joven príncipe,
adiós falso salvador.
Del bosque depende tu vida
y ahoga tu respiración.
Cada palabra de Ánima sentenciaba el final de un capítulo, pero asentó las nuevas bases de su incierto futuro.
Ánima titubeó, dirigiéndose hacia la gran muralla que separaba la ciudadela de Null de aquel frondoso bosque. Sin embargo, su oscilación trajo consigo la reafirmación del siguiente paso en el nuevo capítulo de la joven.
A lo lejos podía verse una figura inmóvil, la de un padre perplejo por el caminar seguro y convincente de su hija. La tristeza inundaba su corazón, pero esta vez el sentimiento iba acompañado de un profundo orgullo y de la tranquilidad de que su pequeña Ánima había salido de la ciudadela para convertirse en una auténtica luchadora.
No puedo mirar atrás,
dejo en buenas manos el que ha sido mi hogar.
De esta experiencia me sirvo para caminar.
Hasta pronto, vieja alma de la ciudadela de Null.
Hasta pronto, papá.
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